Altar de Sacrificio o mesa de convite.
La invasión del coronavirus ha roto el ritmo. Es lo que nadie podía imaginar que pudiera llegar a pasar. Muchas cosas van cambiando y muchas más van a cambiar. El común de los mortales hemos de limitarnos a ver llegar los virus. Encerrados en casa seguimos respirando. Ahora las restricciones nos dejan sin encuentros con amigos. Sin paseos por las calles. Sin viajes. Nos asustan. Un mal sueño. Nada de ello es imprescindible.
El ser humano es la criatura capaz del desprecio de sí hasta el abandono en Dios y del abandono de Dios hasta la destrucción de sí mismo. Cuando el hombre se somete por completo a Dios, el hombre alcanza su plenitud, pero cuando el hombre se enfrenta con Dios lo único que consigue es arruinarse a sí mismo. Dios siempre es Dios.
Occidente se ha convertido como una civilización anticristiana. En España se ha sembrado a conciencia el odio a Cristo. Para los enemigos de la fe, la esencia de la religión está en la sociología y en la psicología. Piensan que las personas religiosas son personas débiles que necesitan el apoyo de la comunidad de creyentes para sentirse protegidos, que rezan y van a Misa porque en ello encuentran su equilibrio interior, etc. Pero lo realmente importante para ellos es la economía. Y la salud. La religión no forma parte de las cosas importantes en el esquema del progresismo.
Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, vamos a insistir.
La crisis de la Iglesia no es principalmente cuantitativa, sino que es sobre todo cualitativa. Ya hasta nos olvidamos echar mano del salvavidas de la fe. Mucho amor, mucha solidaridad, mucha esperanza, mucho prójimo, mero envoltorio de una fe esquelética. Si las Iglesias son lugares de reunión y las Misas son asambleas del pueblo, entonces, es del todo lógico, que la prevención de contagios lleve a cerrar unas y suprimir otras. Una Iglesia de relaciones humanas es tan endeble y tan prescindible como las discotecas o los cines.
Comencemos por señalar que las Iglesias no son lugares de asamblea. Podrán serlo las sinagogas o las mezquitas, pero no las Iglesias. El que en las Iglesias haya un Altar hace de ellas un lugar, no de reunión, sino de Sacrificio. Como, además, casi todas tienen un Sagrario, también contienen al propio Dios.
Por otra parte, la Misa, que es para lo que sobre todo existen las Iglesias, no es la asamblea de los creyentes, sino la renovación del Sacrificio -incruento- de Dios. Porque es Sacrificio, es luego asamblea, pero no al revés. Para que haya Misa no es preciso que haya pueblo asistente. Los vientos posconciliares arrasaron las Misas sin pueblo, basados los progresistas precisamente en su pretendido carácter asambleario. Hoy el virus propicia romper con esta rémora.
Es tan importante el Sacrificio de la Misa que sin él la Iglesia no puede existir. Si desaparece la Misa, muere la Iglesia. La Misa es Sacrificio ofrecido por la Iglesia mediante el sacerdote. Sin embargo, aunque muchos obispos se han apresurado a suprimir Misas y a dispensar a los católicos del precepto dominical, no han tenido la sensibilidad suficiente para complementar las restricciones aconsejando a los sacerdotes, e incluso ordenándoles, la celebración diaria de la Santa Misa, aun sin pueblo. Esta omisión episcopal es una patente falta de fe.
Las autoridades de la Iglesia pueden aprovechar esta oportunidad providencial para restaurar el valor supremo de la Santa Misa y la Fe en la Presencia Real de Cristo -Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad- en la Eucaristía.
Esta sacudida del virus está poniendo al desnudo muchos rincones de las almas. Y los hechos proclaman que las almas están vacías de Dios y necesitan despertar su Fe.