“En la casa de mi Padre hay muchas moradas, yo voy a prepararos un lugar. Y cuando me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros”. (Jn 14, 2-3)
“Y mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo”. (Lc 24, 51). Y “Lo sentó a su derecha en el Cielo”. (Ef. 1, 17-23)
Cristo es Dios; lo es siempre. Nunca dejará de serlo, porque nunca tuvo comienzo.
El misterio de la Ascensión hay que verlo como la culminación de un proceso mediante el cual el Hijo de Dios “se abaja” al asumir nuestra naturaleza humana para luego “elevarse” nuevamente ir al Padre con un cuerpo resucitado y glorificado. (Flp 2, 6-11).
Todos los misterios del Verbo Eterno, que siendo Dios se hace hombre en las entrañas de María Inmaculada, están unidos entre sí, desde la Encarnación, La Pasión, La Resurrección, La Ascensión. La Ascensión al Cielo constituye el fin de la peregrinación del Verbo Encarnado en este mundo.
La presencia visible del Señor Jesús «termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el Cielo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 659).