FOMENTAR LA AMISTAD.
Domingo III de Pascua
Dos amigos caminan hacia la ciudad. Se acercan a Jerusalén. Es la gran fiesta de los judíos. La Pascua. Vienen llenos de ilusión y alegría. Se va hacer presente su gran profeta. Están eufóricos.
Estos dos amigos se alejan de Jerusalén. Su caminar es cansino. Van tristes. Se han derrumbado todas sus ilusiones y esperanzas. Están desconsolados. A su profetan lo han matado. Lo han crucificado. Está enterrado. Todo se ha acabado. Fin.
En el viaje hacia su pueblo, se les acerca un nuevo caminante. También se aleja de Jerusalén. En la conversación no puede por menos que salir los hechos acaecidos en la gran fiesta judía. La Pascua. Este caminante dice desconocer todo. ¿Cómo es posible? Todo Jerusalén estaba en la calle.
En los diálogos posteriores, se comentan entre ellos ciertos acontecimientos pasados del pueblo de Israel. Se intercambian opiniones. En esto sí que sabía mucho el nuevo compañero. Se explaya con verdadero conocimiento y alegría de la vida de su pueblo. ¡Es un ciencia! Los dos amigos le escuchan. Están encantados. Hasta se les va olvidando su tristeza.
Se acerca la despedida. El nuevo acompañante se dirige más adelante. Ellos no quieren dejar de escucharle. “La noche está cayendo, quédate con nosotros”, le dicen.
Ya en su casa estarán tranquilos y reanudarán las conversaciones. Le invitan a participar en su cena. “Le reconocen al partir el pan”.
Ni ellos mismos daban crédito a lo que habían visto y oído. Era deslumbrante cómo esa persona les explicaba las Sagrada Escritura. Estaban en un estado shock.
¿Qué hacer? ¿Cómo guardarse la noticia? ¿Ellos no podían quedársela para sí? ¡Su corazón les iba a saltar de un momento a otro! ¡Se miraban entre ellos sin creerse lo que habían presenciado!
Los dos se hacen la misma pregunta. ¿Cómo es posible que cuando estaban con él no le conocieron y cuando lo reconocen se les va? No han podido hacerle más preguntas.
Sin embargo, no tardan mucho en tomar una decisión. “Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén”. Decisión acertada. Tenían que comunicar la noticia a los suyos. Las alegrías se comunican primeramente a los más amigos. Ya no les importa la distancia, ni si estaba anocheciendo. No existe distancia cuando hay amor.
Ya no es disculpa cuando le decían a su acompañante: «Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída». Es más importante compartir la Buena Nueva.
Desandan el camino andado. “Distante de Jerusalén unos sesenta estadios”. No tienen miedo ni sienten cansancio. La vida no tiene sentido si ocultamos las alegrías. Todos necesitamos el apoyo mutuo. El amor es comunicativo. Hay que darse para crecer. La fuerza del Resucitado da alas a sus pies para caminar.
La alegría es inmensa cuando al llegar encontraron reunidos a los Once con sus compañeros. Ya pudieron comunicar su noticia:
“El Señor ha Resucitado”