LIBROS DE LOS MACABEOS.

Introducción.

Los dos libros de los Macabeos no formaban parte del canon de la Escritura de los judíos, pero han sido reconocidos por la Iglesia cristiana como inspirados (libros deuterocanónicos).
Se refieren a la historia de las luchas sostenidas contra los soberanos seléucidas para conseguir la libertad religiosa y política del pueblo judío.
El título les viene del sobrenombre de Macabeo dado al héroe principal de esta historia, 1 M 2 4, y que también se aplicó a sus hermanos.

El Primer libro de los Macabeos fija en su introducción, 1-2, los adversarios que se enfrentan: el helenismo invasor, que halla cómplices en algunos judíos, y la reacción de la conciencia nacional, adherida a la Ley y al Templo.

Por un lado, Antíoco Epífanes que profana el Templo y desencadena la persecución;
por el otro, Matatías que lanza el grito de guerra santa.

El cuerpo del libro se divide en tres partes, consagradas a las actividades de los tres hijos de Matatías que sucesivamente se ponen a la cabeza de la resistencia.
Judas Macabeo (166-160 a.C.), 3 1 - 9 22, obtiene una serie de victorias sobre los generales de Antíoco, purifica el Templo y logra para los judíos la libertad de vivir conforme a sus costumbres.
Bajo Demetrio I, las intrigas del sumo sacerdote Alcimo le crean dificultades, pero continúan sus éxitos militares, y Nicanor, que quería destruir el Templo, es derrotado y muerto.
Judas busca la alianza de los romanos para asegurar sus posiciones.
Muere en el campo de batalla.

Le sucede su hermano Jonatán (160-142), 9 23 - 12 53.
Las maniobras políticas alcanzan entonces mayor importancia que las operaciones militares.
Jonatán se aprovecha con habilidad de las rivalidades de los que pretenden el trono de Siria: es nombrado sumo sacerdote por Alejandro Balas, reconocido por Demetrio II y confirmado por Antíoco VI.
Trata de concertar alianza con los romanos y los espartanos.
Va dilatándose el territorio sometido a su control y parece asegurada la paz interior, cuando Jonatán cae en manos de Trifón, que le hace morir, así como al joven Antíoco VI.

El hermano de Jonatán, Simón (142-134), 13 1 - 16 24, apoya a Demetrio II, que recupera el poder. Demetrio, y luego Antíoco VII, le reconocen como sumo sacerdote, estratega y etnarca de los judíos.
Con esto, está ya conseguida la autonomía política.
Estos títulos le son confirmados por un decreto del pueblo. Se renueva la alianza con los romanos. Es una época de paz y prosperidad.
Pero Antíoco VII se vuelve contra los judíos, y Simón, con dos de sus hijos, es asesinado por su yerno, que creía hacer con esto un servicio al soberano.

La narración, pues, abarca cuarenta años, desde la subida de Antíoco Epífanes, el año 175, hasta la muerte de Simón, a quien sucede Juan Hircano, el 134 a.C.
Se escribió en hebreo, pero sólo se conserva en una traducción griega.
Su autor es judío de Palestina y ha compuesto su obra después del 134, pero antes de la toma de Jerusalén por Pompeyo el 63 a.C. Las últimas líneas del libro, 16 23-24, indican que fue escrito hacia el final del reinado de Juan Hircano, como fecha más temprana, probablemente hacia el año 100 a.C.

Es un documento precioso para la historia de aquel tiempo, siempre que se tenga en cuenta el género literario, imitación de las antiguas crónicas de Israel, y las intenciones del autor. Porque, por mucho que se extienda en narrar los sucesos de la guerra y las intrigas políticas, el autor quiere relatar una historia religiosa. Considera las desgracias de su pueblo como castigo del pecado y atribuye a la asistencia de Dios los éxitos de sus adalides. Es un judío celoso de su fe y ha comprendido que ésta era la que estaba en juego en la lucha entre la influencia pagana y las costumbres de los padres. Es, pues, un decidido adversario de la helenización y se siente lleno de admiración por los héroes que han combatido por la Ley y por el Templo, y que han conquistado para el pueblo la libertad religiosa y luego la independencia nacional.Es el cronista de una lucha en que se salvó el Judaísmo, portador de la Revelación.

El Segundo libro de los Macabeos no es continuación del primero.
Es, en parte, paralelo a él, y toma los acontecimientos de un poco más atrás, desde el fin del reinado de Seleuco IV, predecesor de Antíoco Epífanes, pero sólo los sigue hasta la derrota de Nicanor, antes de la muerte de Judas Macabeo.
Todo ello comprende sólo una quincena de años y corresponde únicamente a los caps. 1-7 del Primer libro.

El género es muy distinto.
El libro, escrito originariamente en griego, se presenta como el compendio de la obra de un tal Jasón de Cirene, 2 19-32, y lo encabezan dos cartas de los judíos de Jerusalén, 1 1 - 2 18.
El estilo, que es el de los escritores helenísticos, pero no de los mejores, resulta a veces ampuloso. Es más el de un predicador que el de un historiador, aunque ciertamente el conocimiento de las instituciones griegas y de los personajes de la época de que hace gala nuestro autor es muy superior al que demuestra el autor de 1 M.
En realidad, su objetivo es agradar y edificar, 2 25; 15 39, narrando la guerra de liberación dirigida por Judas Macabeo, sostenida por apariciones celestes y ganada gracias a la intervención divina, 2 19-22; la persecución misma era efecto de la misericordia de Dios, que corregía a su pueblo antes de que la medida del pecado quedara colmada, 6 12-17.

Escribe para los judíos de Alejandría y su intención es despertar el sentimiento de que formaban una comunidad con sus hermanos de Palestina. En especial, quiere interesarles por la suerte del Templo, centro de la vida religiosa según la Ley, blanco del odio de los gentiles.
Esta preocupación imprime su sello al plan del libro:
tras el episodio de Heliodoro, 3 1-40, que subraya la santidad inviolable del santuario, la primera parte, 4 1 - 10 8, concluye con la muerte del perseguidor, Antíoco Epífanes, que ha profanado el Templo, y con la institución de la fiesta de la Dedicación;
la segunda parte, 10 9 - 15 36, concluye asimismo con la muerte de un perseguidor, Nicanor, que había amenazado al Templo, y con la institución de una fiesta conmemorativa.

Las dos cartas, puestas al comienzo de libro, 1 1 - 2 18, responden al mismo objetivo:
son invitaciones dirigidas por los judíos de Jerusalén a sus hermanos de Egipto para celebrar con ellos la fiesta de la purificación del Templo, la Dedicación.

Como el último acontecimiento referido es la muerte de Nicanor, la obra de Jasón de Cirene pudo haberse compuesto poco después del 160 a.C. Si es el autor mismo del compendio -aunque esto se discute- el que ha colocado en cabeza las dos cartas de 1-2 para acompañar el envío de su compendio, la fecha de éste nos la daría la indicación de 1 10a, que corresponde al año 124 a.C.
No debe menospreciarse el valor histórico del libro.
Es cierto que el compendiador (¿o un redactor?) ha aceptado los relatos apócrifos contenidos en la carta de 1 10b - 2 18, y que reproduce las conmovedoras historias de Heliodoro, 3, del martirio de Eleazar, 6 18-31, y el de los siete hermanos, 7, que halló en Jasón y que ilustraban muy bien sus tesis religiosas.

Pero la concordancia general con 1 M garantiza la historicidad de los acontecimientos que las dos fuentes independientes refieren.

En un punto importante en que 2 M disiente del 1 M, debe aquél ser preferido: 1 M 6 1-13 sitúa la purificación del Templo antes de la muerte de Antíoco Epífanes, al tiempo que 2 M 9 1-29 la sitúa después; una tableta cronológica babilónica, recientemente publicada, da la razón a 2 M. Antíoco murió en octubre-noviembre del 164, antes de la nueva dedicación del Templo a finales de diciembre del mismo año. En las secciones que pertenecen a 2 M, no hay razón para recelar de las informaciones que se dan en el cap. 4 acerca de los años que precedieron al saqueo del Templo por Antíoco.
Sin embargo, el compendiador, más bien que Jasón, es responsable de una grave confusión: disponiendo de una carta de Antíoco V, 11 22-26, ha añadido en 11-12 9 otras cartas y el relato de acontecimientos que datan del final del reinado de Antíoco IV y que debieron hallar su sitio entre los caps.8 y 9.

El libro tiene importancia por las afirmaciones que contiene sobre la resurrección de los muertos, ver la nota a 7 9; 14 46, las sanciones de ultratumba, 6 26, la oración por los difuntos, 12 41-46 y nota, el mérito de los mártires, 6 18 - 7 41, la intercesión de los santos, 15 12-16 y nota.
Estas enseñanzas, que tienen por objeto puntos que los demás escritos del Antiguo Testamento no aclaraban, justifican la autoridad que la Iglesia le ha reconocido.

Conocemos mejor el sistema cronológico seguido por cada uno de los dos libros desde el descubrimiento de una tableta cuneiforme, que es un fragmento de cronología de los reyes seléucidas. Ésta ha permitido fijar la fecha de la muerte de Antíoco Epífanes. Se comprueba que 1 M sigue el cómputo macedónico, que comienza en octubre del 312 a.C., mientras que 2 M sigue el cómputo judío, análogo al cómputo babilónico, que comienza en nisán (3 de abril) del 311.
Pero todo esto con una doble excepción: en 1 M, los acontecimientos relativos al templo y a la historia judía se fechan según este calendario judeo-babilónico (1 54; 2 70; 4 52; 93, 54; 10 21; 13 41.51; 14 27; 16 14), mientras que las cartas citadas por 2 M 11 se fechaban según el cómputo macedónico, lo cual es perfectamente normal.

El texto nos ha sido transmitido por tres unciales, el Sinaítico, el Alejandrino y el Véneto, y por una treintena de minúsculos, pero por desgracia, la parte correspondiente al 2 M se ha perdido en el Sinaítico (nuestro mejor testigo). Los minúsculos, que son testigos de la recensión del sacerdote Luciano (300 d.C.), conservan a veces un texto más antiguo que el de otros manuscritos griegos, texto que vuelve a encontrarse en las Antigüedades Judías del historiador Flavio Josefo que, en general, sigue a 1 M e ignora a 2 M.
La Vetus Latina traduce, por su parte, un texto griego perdido y a menudo mejor que el de los manuscritos que conocemos.
La traducción de la Vulgata no es obra de San Jerónimo, para quien los Macabeos no eran canónicos, y sólo representa una recensión secundaria.