VIACRUCIS PARA LAS PERSONAS MAYORES.
REFLEXIÓN.
Vamos a seguir el camino de la Cruz, en pos de Nuestro Señor Jesucristo. Procuremos concentrarnos, con sentimientos de amor y gratitud al Señor que se entregó para salvarnos a todos.
PRIMERA ESTACIÓN.- Jesús es condenado a muerte.
Jesús has hablado demasiado por eso te condenan. Les has dicho: “raza de víboras”… “sepulcros blanqueados”…y eso no te lo perdonan. Es la hora de la venganza. Presiento que yo también voy a ser condenada, porque que a veces, no puedo callar. Quisiera tener serenidad. Los míos ya no hablan conmigo. O lo hacen bajito para que yo no me entere. Tengo la impresión de que empiezo a estorbar. Ayúdame Señor, a recorrer esta última etapa de mi vida- semejante a tu viacrucis- sin protestas, como tú lo hiciste. Creador de la vida y vencedor de la muerte. Señor del tiempo, que creas y conoces los días, las horas y los destinos tuyo son mis días, cuando tu dispongas llámame Señor. He visto la luz, ella me basta. Quiero seguirte de cerca y, cuando Tú lo dispongas. Llámame.
SEGUNDA ESTACIÓN.- Jesús carga con la cruz.
Y te cargan con una cruz que no es la tuya. Y la tienes que llevar por las calles de Jerusalén, esa ciudad que amaste con toda el alma. Señor, mi cruz es tener que aguantarme en silencio mis años, mi artrosis, mi vista y oído deficiente. Que esta cruz no me aparte del camino que me he propuesto seguir. Que mis quejas no molesten a nadie. Ayúdame a coger mi cruz cada mañana, sin molestar a los demás con mis quejas, sin apartarme de tu camino, con paz y serenidad en el alma.
TERCERA ESTACIÓN.- Jesús cae por primera vez.
Ibas tambaleándote. ¡Caíste!. Pero tu amor hizo fuerte tu voluntad para seguir hasta el final. Te levantas y cargas de nuevo con la cruz. Y a mí me gustaba hacer las cosas con orgullo, con la cabeza muy alta, desafiando a todo el mundo, pero la vida no perdona y me tira por el suelo. Caídas en enfermedad y abandonos; partidas sin retorno, fracasos sin sentido me canso, mi amor no es tan fuerte. Dame fuerzas, Señor, para resistir cada día. He vivido la vida que me regalaste, he amado, he luchado, he sufrido intentando comprender, de claridad en claridad, de misterio en misterio. Ahora llego al borde del misterio de la vida y de la muerte, donde la luz y las tinieblas se confunden. Ilumíname Señor.
CUARTA ESTACIÓN.- Jesús se encuentra con su madre.
Tu madre, Señor, como cualquier madre del mundo, no quiere perderte de vista. Jesús, nos has amado hasta la muerte y tú Madre también. Nosotros, las personas mayores ya no tenemos madre, nos falta la mirada compasiva de la que siempre perdona, de la que siempre anima. Préstanos a tu madre, Señor, Sí Señor, para que nos acompañe en los días del Viacrucis que nos queda todavía. María, en tu corazón de Madre están siempre los muchos peligros y los grandes males que aplastan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero también están presentes las buenas obras, los progresos realizados para producir frutos abundantes de salvación.
QUINTA ESTACIÓN.- Un hombre le ayuda a llevar la cruz.
Simón de Cirene no quería ayudarte. Era como nosotros. No quería llevar la cruz, bastante tenía con la suya. Obligado te echó una mano y salió ganando, porque tú le ganaste. ¿Por qué quisiste, Señor, tener necesidad de Simón? Quizás para decirnos que nosotros, a pesar de nuestros años y nuestros achaques, debemos ayudarnos unos a otros a llevar nuestras cruces. Que tenemos que ser cirineos anónimos. Ayudar y dejarnos ayudar, no despreciar la mano que nos tienden. Haz, Señor, que desde mi edad agradezca a todos los cirineos que a lo largo de mi vida me han ayudado a llegar a este momento.
SEXTA ESTACIÓN.- La Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Señor, una mujer se ha detenido delante de Ti, y con su pañuelo ha limpiado el sudor y la sangre de tu rostro. Una mujer ha dado la cara por Tí. Y allí había muchos hombres…pero no se atrevieron. Respeto humano, prudencia, miedo… cobardía… Yo tampoco me hubiese atrevido, refugiándome en mi incapacidad; mi orgullo, mi comodidad me acobardan. Admiro a esa Hermana que en el asilo hace de madre, de hija, de enfermera, es buena y compasiva; y a esa amiga, y a esa buena vecina. Admiro a todos los que dan la cara. Te pido, Señor, que en mi última hora, pongas a mi lado una verónica. Enséñame a descubrir las necesidades de los demás. Ayúdame a consolar a los tristes. Enséñame de una vez, a salir de mis egoísmos, a acompañar a los que nos necesitan.
SÉPTIMA ESTACIÓN.- Jesús cae por segunda vez.
Otra vez, Señor, el peso de la cruz te ha vencido y caes al suelo. O ¿tal vez, fue una zancadilla y a veces las ponen aquellos a quienes más queremos. Ya estoy torpe. Mis ojos están nublados por terribles cataratas. Mis oídos cada día están más cerrados. Mi interés por la vida va cayendo. Haz, Señor, que ahora pueda ver y oír con el alma. Que no caiga en el egoísmo que adormece y mata.
OCTAVA ESTACIÓN.- Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Ellas son buenas Señor, lloran porque te tienen compasión. Tú las oíste lamentarse, por eso les dijiste: “No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos” Lloramos mucho por lo mal que los demás hacen las cosas; pero qué poco por las cosas que nosotros hacemos mal. Bien sabes Señor, que las personas mayores somos muy sensibles, nuestros ojos son fáciles para el llanto y el corazón se nos enternece. Nos gana la emoción por cualquier cosa. Déjanos que lloremos contigo como aquellas mujeres. Acéptanos la compasión. Permítenos llorar por Tí.
NOVENA ESTACIÓN.- Jesús cae por tercera vez.
Otra vez al suelo, Ya estás llegando al final del camino. Para seguir tienes que hacer un esfuerzo supremo de voluntad. Un paso más y otro y otro. Yo pienso en las caídas de mis años jóvenes, en las caídas de mis hijos, enséñales a levantarse Señor. Tropezamos tantas veces… Acepta nuestras caídas de esta hora, son producto del temor y del desconcierto, ayúdame a dar los pocos pasos que aún me quedan para llegar al final de mi camino. Levántame Señor, no me abandones. ¿Por qué me escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y nuestra incapacidad? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro cuerpo se arrastra por el suelo. Levántate a socorrernos.
DÉCIMA ESTACIÓN.- Jesús es despojado de sus vestiduras.
Y te dejan sin nada. Ya te han quitado todo, hasta la túnica, regalo de tu Madre. Solo te queda el madero. -Con él vas a salvar al mundo-. A nosotros, los que nos dicen que nos quieren, nos van despojando de todas nuestras pertenencias. Nos han dejado un rincón en su casa, o en la residencia para que sigamos viviendo hasta que… Ahora sólo nos quedas Tú, y a Ti nos aferramos en estos momentos. Arráncanos todo aquello que nos impide subir a la cruz contigo. Señor, he vivido a fondo la experiencia humana, en la pureza y en la fuerza de la juventud, en el equilibrio de mi edad madura, en la luz dulce y débil de mi vejez. He bebido la vida en vaso rebosante, he cantado la vida a pleno pulmón. En este declinar de mi existencia ¡no me olvides Señor!
UNDÉCIMA ESTACIÓN.- Jesús es clavado en la Cruz.
Tus manos abiertas Señor, más abiertas que nunca para perdonar. Y la Cruz. Como hecha a tú medida, nada sobra, nada falta. Te unes a ella como un amante, serás el crucificado. Y yo clavado en el lecho de mi enfermedad por los años. Clavado por mis sentidos torpes, apenas me valgo con ellos. Son mi cruz y a ella estoy atado. Dame el coraje de hacer de la poca vida que aún me queda, un buen trabajo, como Tú hiciste con tu cruz. Estás clavado Señor, pero no inútil. Este fue el momento más brillante de tu vida. Con tu cruz entre mis manos estoy tranquilo, ya no será inútil ni la última lágrima que brote de mis ojos. He sufrido Señor, porque hay que sufrir para ser hombre y mujer, he sufrido en mi cuerpo y en mi alma; he llevado mi cruz cuesta arriba Señor, no quiero chantajearte con mis sufrimientos. Pero temo este momento; mis fuerzas flaquean, mis rodillas se doblan. Quiero llegar hasta el final. ¡Ayúdame Señor!
CON SU FRENTE DE DIOS DOLORIDA, CON SUS OJOS DE DIOS ENTREABIERTOS, CON SUS LABIOS DE DIOS RESECADOS, CON SU BOCA DE DIOS SIN ALIENTO, MUERTO POR LOS HOMBRES, ¡POR NOSOTROS MUERTO!
DUODÉCIMA ESTACIÓN.- Jesús muere en la Cruz.
Ya ha paso todo. Tres horas colgado de la cruz son muchas horas. La vida se te ha ido escapando poco a poco, huyendo de tus miembros, pero tu corazón aún late fuerte por nosotros. Señor, un esfuerzo más y míranos. Hemos escuchado tus dos últimas palabras: “Todo está acabado” y “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. También mi vida se está consumando. Ahora todo está más claro. Me llamarás a mí como llamaste a tantos seres queridos con los que compartí mi amor, a los que fui entregando mi vida poco a poco. Todo tuvo sentido. Ten piedad de mí Señor. He llegado a comprender que la vida no es más que una espera, una esperanza de tu luz, que la vida es una ascensión hacia tu amor. He esperado y estoy llegando al final. La hora del Encuentro. He subido dando tumbos: ya siento el soplar el viento de la cumbre. Gracias.
DÉCIMO TERCERA ESTACIÓN.- María recibe el cuerpo de Jesús.
Tómalo Madre, te lo devolvemos roto. Es el mismo que tú arrullabas en Belén, meciéndole en brazos con una canción de cuna. Tu Hijo ya descansa en paz. Sobre su rostro en calma hay un brillo de gozo, es el reflejo de su conciencia tranquila, ha cumplido la voluntad de su Padre. Ayúdanos María, a superar nuestra situación. Que cuando esta noche nos entreguemos al sueño, podamos hacerlo con la conciencia tranquila, por haber aceptado serenamente el estilo de vida que el Señor permitió para nosotros. María, ¿aceptarás tú, a pesar de todo, velarnos cada noche? Cuida también de nuestros hijos. No olvides que eres refugio de pecadores.
DÉCIMO CUARTA ESTACIÓN.- Jesús es sepultado.
Ya te han llevado. La tierra te recoge de los brazos de unos buenos amigos que te colocaron en el sepulcro. Parece que todo se ha acabado… Pero no es así. Tú dijiste: “si el grano de trigo no muere uno podrá dar fruto” Por eso los mayores, que entendemos las cosas mal, no sabíamos que teníamos que morir poco a poco para que los demás vivieran. Pero ya nos vamos dando cuenta de que Tú sigues viviendo y sufriendo en todos los hombres, que nos vamos relevando en el camino de la cruz. Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, crucificado por nuestro amor y resucitado para seguir amándonos. Haz que nuestro yo de pecado, que fue sepultado en el Bautismo, dé paso a una persona nueva renacida por el Espíritu, para que viéndote reflejado con amor en cada hombre; el mundo de hoy, entristecido, crea en Ti, Señor de la Vida.
DÉCIMO QUINTA ESTACIÓN.- La Resurrección de Jesús.
No intentaste hacer de tu resurrección un espectáculo. Nadie te vio resucitar. Para Tí, lo importante era el hacerte a nosotros, lleno de vida, transformar nuestras vidas. Precisamente nosotros, los mayores de la parroquia, cantamos la gloria de tu resurrección, Señor Jesús, ya que tenemos la gozosa y firme esperanza que, después de los años de vida que nos queden, resucitemos en tu amor. Gracias Jesús.
ORACIÓN FINAL.-
No me mueve, mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévanme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor en tal manera que, aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, porque, aunque lo que espero, no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera.